Se trata de una pequeña parte de los más de 100.000 chinos que fabrican prendas deportivas Nike en todo el país, a los que hay que sumar 70.000 personas en Indonesia y 45.000 en Vietnam. “Con su puerta de metal y sus barrotes en las ventanas, la fábrica se parece más a un cuartel militar que a una factoría”, asegura en su informe NLC, que describe como “papel mojado” los códigos de conducta creados por las multinacionales.
Pero son las fábricas de productos Todo a 100, unas gestionadas y explotadas por empresas chinas y otras por empresarios extranjeros, las que peores condiciones tienen. La presión para abaratar los precios es mayor y detrás del negocio suelen estar compañías desconocidas que no tienen que cuidar su nombre.
El lema es producir mucho, barato y rápido. Los accidentes entre las trabajadoras o incendios como el que ocurrió recientemente en una nave de Shenzhen en el que perdieron la vida 80 personas, son contingencias cotidianas.
La política de contratación en estos talleres del Todo a 100 es no admitir a mujeres mayores de 25 años, pero en ocasiones los gestores se saltan su propia regla si la candidata tiene hijos pequeños dispuestos a sumarse a la cadena de producción sin cobrar nada a cambio.
Las madres sí cobran, pero el sistema leonino de sanciones tiende a reducir su retribución a unas 5.000 pesetas al mes: se recorta la paga de una hora por cada minuto de retraso en el trabajo, se penaliza con otras cinco horas las ausencias para ir al servicio o se retira completamente la mensualidad a las que se comporten de modo incorrecto.
La situación en China es especialmente desesperante para las víctimas de los abusos porque el gobierno comunista mantiene la ilegalización de sindicatos y asociaciones de trabajadores. “Aquellos que tratan de unirse para defender los derechos de los trabajadores son encarcelados.
La gente tiene miedo de decir lo que les está pasando, aunque las condiciones sean extremadamente duras y no hayan recibido una sola paga durante meses”, asegura Han Dongfeng, editor del Boletín del Trabajador en China y disidente encarcelado tras las manifestaciones de Tiananmen en 1989 por movilizar a los trabajadores. “Estoy en contacto con gente que trabaja en las factorías y a menudo me cuentan el miedo que le tienen a los jefes. Les he pedido que se unan y luchen por lo que es suyo”, dice Han.
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